miércoles, 29 de abril de 2020

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial


Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. La noche había pasado tan rápido como un suspiro, lo que significaba que había dormido pesadamente. Pero la sensación de querer dormir aunque fuera un momento más había desaparecido completamente. La alarma de aquella radio barata, que en su momento fue un mal regalo para salir del compromiso, había vuelto a sonar en domingo. La programada estación de música popular comenzó a escucharse en la habitación y cuando apenas abría un ojo a medias para localizar el botón de apagado, escuchó una sola frase seguida de un número que le produjo el efecto de un mazazo en la cabeza.

Porque la mañanera, dominguera y puntual, había sido transmitida en cadena nacional y su presentador había ido directo al grano. Un pequeño niño de piel morena y perfecto peinado había tomado siete pequeñas bolas de una enorme esfera metálica y los había colocado en sucesiva fila sobre un estante oportuno para la ocasión y luego se apartó graciosamente a un lado del entramado, destacando por el contraste de su trajecito de manta y sus huaraches con los serios trajes de los adultos que le rodeaban, para después lanzar una mirada a la multitud de reporteros, funcionarios y curiosos entre los que debía estar su madre. Andrés Manuel López Obrador observó el número que ya los más cercanos a la tarima habían visto y pronunció con un semblante serio, fruto de la concentración, el número ganador.

El presidente no sabía que apenas terminó de pronunciar la serie de dígitos, una mano se estrelló contra una radio, haciéndola callar. Aquella maldita alarma, tan inoportuna en fines de semana, había sido ahora un heraldo de bendiciones. En la habitación, un mexicano permanecía sentado sobre el borde de su lecho, con la mirada absorta y los ojos abiertos tanto como sus cuencas se lo permitían. “Uno entres seis millones”, murmuró. Lo brutal de la estadística lo anonadaba, lo aplastaba. Era como ser elegido entre millones por alguien que indudablemente lo amaba pero que había elegio hasta ese momento para demostrárselo. Instintivamente observó al cielo por la ventana y sintió una leve vergüenza por no orar con mayor frecuencia. Pero su semblante cambió. Una sonrisa apareció en su rostro y conscientemente ahuyentó los pensamientos negativos, con cierta molestia por no poder disfrutar plenamente y desde el principio de su fortuna. Despertó a su esposa, a su hija y entre exclamaciones de júbilo y descompuestos bailes, a sus padres y hermanos que con él el hogar compartían.

- No me digas que tiraste quinientos pesos en esta tontería.
- Me acordé de quién me metió en la cabeza lo de uno en seis millones y pensé que no había mejor persona para saber que hacer, me gané el avión presi…
- Espera, ¡¿Qué?! ¿Te ganaste el avión?
- ¡Me gané el avión!
- Aguanta, todos me voltearon a ver cuando grité por el celular. ¿Es en serio? ¿Dónde estás?
- Estoy en el taller, pero… Ah, ok, aquí te esperamos. Sí, el taller está frente a la casa de mis papás.

El abogado observaba que las caras adquirían seriedad para cuando termino su breve exposición. Estaba acostumbrado a recibir múltiple atención, pero no la desaprobación que reflejaban y se sintió incómodo. Un hombre mayor le cuestionó:
- Pero él se ganó el avión, ¿Cómo no va a ser suyo?
- El avión está, cómo le digo, rentado. Mire, no, no importa. Sólo quiero decir que hay muchos gastos que implican la propiedad del avión y que no sé exactamente cuál sea el plan del gobierno para el ganador, puede que sea como las olimpiadas, los países festejan cuando las ganan, pero luego quedan tan endeudados que lo lamentan.
- Licenciado, ¿no será que lo ve muy político?
- No, a ver, únicamente opino que Luis debería estar acompañado cuando hable con el presidente.

El recién nombrado observaba discretamente por un pequeño resquicio entre la cortina y la ventana. Había concentrada una multitud frente a la casa, con la calle cerrada y un semicírculo de cámaras apuntando a la puerta metálica y desgastada de entrada a la casa. Había gente, y más cámaras, en los techos de las casas de la acera de enfrente, casi todas de un piso de construcción. De pronto se percibió un intenso movimiento y dentro de la casa alguien gritó “¡Ya llegó el presidente”!
Se escucharon leves golpes en la puerta y el funcionario que antes había hablado con ellos entró seguido de una inmensa comitiva de hombre serios, tras lo cual entraron más personas ahora sonrientes y después, el Presidente de la Nación. “Buenas noches, ¿Quién es Luis?” preguntó y tras ver como era señalado un delgado joven procedió a saludarlo afectuosamente: “¡Felicidades, Luis! Qué tal, ya tienes tu avioncito, para ir a donde quieras”. Alguien comentó en voz alta que ni Obama lo tenía y todos rieron. Una mujer indicó a Andrés Manuel que se colocaran en dirección a un celular y el presidente se dirigió a los mexicanos.

“Estamos con Luis, aquí en su casa, en Salamanca. Luis se ganó el avión presidencial, como lo dijimos. Todos tenemos la oportunidad de superarnos ahora, no como antes, y hasta Luis, que es…” – “mecánico”, comentó alguien ante el mutismo del ganador – “… mecánico, puede acceder a algo que antes era un privilegio nada más de los más ricos, de los poderosos. Pero queda claro que las acusaciones de arreglo no fueron nada más que inventos de la oposición, una más, de sus invenciones. Él está mejor ahora y todos vamos a estar mejor pronto”.

Todo quedó en silencio y el celular bajó junto la mano que lo sostenía. El funcionario que entró delante de la comitiva pidió a la familia dejar la sala libre para poder conversar con el nuevo dueño del avión presidencial. López Obrador observó que la casa estaba “muy bonita” al dueño de la misma y pasó a un sillón individual. Luis pidió que se quedara su abogado de quien dijo era un amigo de la escuela y se sentó también en una silla. Los visitantes declinaron un último intentó de la madre de quedarse cerca ofreciendo bebidas o comida.

Un hombre de lentes y rostro antipático abrió la conversación.
- Luis, queremos felicitarte por haber ganado la lotería nacional más justa de la historia de México. Eres muy afortunado y queremos saber si has pensado que harás a partir de ahora.
- Bueno, ¿viajar se podría?
La forzada risita de Luis murió en un mar de miradas serias. El hombre de lentes continuó.
- Luis, un vehículo así tiene muchos gastos: combustible, pilotos, dónde se guardará. No te preocupes, te has ganado la lotería y te ofrecemos la lotería. Para ser breves puedes convertirte ahora mismo en el ganador de cien millones de pesos mexicanos. Ya arreglamos para que un inversionista adquiera el avión y puedas disfrutar de un dinero que de verdad te serviría. ¿Cómo te caerían cien millones, eh?
Luis no pudo evitar reflejar sentimientos muy encontrados en su rostro. Atinó a tartamudear si podía preguntar qué opinaba su abogado.
- Ah, los abogados. ¿Verdad, Luis? Todo lo complican.
Hubo una tímida risa general expresando aprobación hacia el comentario del presidente. El hombre de los lentes cuestionó por la opinión del abogado, quién nerviosamente se puso de pie.
- Señor presidente, Luis, como usted, sólo busca el bien de nuestro país. No se nos escapa que hablamos con un hombre honesto, pero también muy poderoso. El más poderoso del país. No voy a decirle qué valor tiene esto o aquello. Sólo vamos a pedirle algo que ya hablé con Luis y que está completamente en su mano. Verá que es algo muy justo y que beneficiará en su fin último a todos los mexicanos.

El sol de la tarde se filtraba cálido como el ambiente por el balcón e iluminaba directamente un cuadro donde Luis y Andrés Manuel López Obrador se daban la mano sonrientes. En la pared, también se enmarcaban recortes de periódicos y documentos que certificaban el ascenso de Luis “El Piloto” Urzua, político mexicano de moda cuya ascendente carrera acababa de llevarlo al penúltimo escalón.
- Qué bueno que te deje hablar, Lic. Esto vale más que tres mil millones.
- Salud, mi “gober”. Que un día yo te diga “Presi”.

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